
Nací y crecí con otro nombre el 2 de octubre de 1948 en Kribi (Camerún) en una familia protestante presbiteriana de tradición mayoritariamente batanga y otras tradiciones negroafricanas, como el bulu (fang).
Mi madre, de quien tomé mi nueva identidad a través de su nombre Makomè m’Inongo, nos tuvo a mis hermanos mayores y a mí en el seno de su clan (Eleba ya Bomangonde) después de que su padre le obligara a tener varones antes del matrimonio. Cumplida su misión, se casó con un señor de Sao Tomé que pasó a ser mi padre.
Empezamos viviendo en Ebolowa (al sur de Camerún) todos juntos hasta que cuando tenía trece años mi padre y mi madre se trasladaron a Guinea Ecuatorial, donde el primero tenía algunos terrenos. Nos quedamos a cargo de nuestros tíos y tías y poco tiempo después tuve que seguirles por problemas de salud, abandonando mis estudios secundarios en francés y reiniciarlos en español.

Después de que iniciara la transición de la nueva Guinea cargada de esperanza desde la figura de Macías Nguema al calvario en el que se convirtió aquel escenario tras el intento de golpe de estado fallido al presidente, mis padres tomaron la decisión de enviarme a seguir mis estudios en España— volver a Camerún hubiera supuesto un enorme retraso en mis estudios, además que los giros de dinero entre Guinea y su metrópoli se efectuaba en poco tiempo en comparación lo que ocurría entre Guinea y Camerún en aquel entonces— y así fue como llegué a este país en el que tenía puestas tantas esperanzas.
Tras acabar el bachillerato, me inscribí en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia. No acabé la carrera tal y como esperaba al iniciarla. En su lugar empecé a desarrollarme en mi vocación literaria.

Aunque lo hacía pensando en que era “un pobre escritor desconocido e ignorado”, hubo un momento que marcó un antes y un después en mi carrera como cuentista —porque me defino como tal— ; y es el día que un señor de mi país y yo coincidimos un día y hablamos de los problemas que estaban sucediendo en Camerún. Aquel día, después de decirme: “Inongo, tú que escribes, escribe algo, cuenta cosas”, me contó un cuento de un niño que salvaba a su pueblo de una invasión de demonios que habían llegado para destruirlo gracias una táctica de invisibilidad que, escondido a lado del río, les había visto usar cuando no querían ser vistos por los humanos.
A partir de ese momento, aprendí a contar historias, a narrarlas a través de mis voz hablada o escrita.


Amadou Hamppaté dijo una vez:
“Una cosa es la escritura y otra es el saber. La escritura es la fotografía del saber, pero no es el saber. El saber es una luz que está en el hombre… Es la herencia de todo aquello que nuestros antepasados han podido conocer y que nos han transmitido, así como el baobab está contenido en potencia en la semilla.”
Estas palabras del desaparecido sabio, no solo me han inspirado como escritor, sino que han sido mi guía durante todo mi trayecto profesional como estudioso y creador de cuentos. Y de la misma manera, los mitos, leyendas, cuentos tradicionales y otras modalidades culturales de mis antepasados han sido en todo momento un gran muro de contención en el que me apoyo en todo momento para avanzar hacia delante con equilibrio.
Llegué a Europa, a España, buscando en el país del hombre blanco “el otro saber”. Este “otro saber”, que es sobre todo la escritura, me ha permitido ir fotografiando el saber original de mis antepasados y sacarlo a la luz. Al final, la simbiosis de ambos saberes han terminado por formar una especie de “matrimonio” donde me han ido naciendo hijos mestizos, que son mis trabajos, mis libros…

Espero que disfrutes paseando por este pequeño rincón de internet en el que comparto mi trabajo y te invito a seguir conociéndome un poco más a través de mis libros.